Familiarízate con los estilos disciplinarios ¿Cuál es el tuyo?




Básicamente, cada vez que disciplinamos a un niño(a), le comunicamos nuestras directrices o normas usando una de estas tres formas, maneras o estilos:
  1. El estilo autoritario. En este estilo, el adulto que disciplina espera que el niño o la niña cumpla con la directriz exactamente como se le ha dicho, de forma inmediata y sin cuestionar.  De manera firme e inflexible, un disciplinario autoritario cree que los adultos siempre tienen que tener la última palabra; para ellos es imprescindible demostrar que están en control total del niño o de la niña. Menos que un “control total” debilita al adulto. La disciplina autoritaria es 100% basada en hacerle entender las reglas a los niños; como una carga u obligación las reglas siempre se les imponen a los niños, quienes deben obedecerlas silenciosamente. Los adultos autoritarios casi invariablemente usan un tono de voz alto, rápido y pueden ser intimidantes. Enfocado en la conducta negativa del niño —o en lo que el niño hizo mal— y en castigarlo, el coraje en el adulto es visible.
  2. El estilo permisivo. En el extremo opuesto al estilo autoritario encontramos el estilo permisivo para disciplinar. A estos adultos bien intencionados se les hace difícil crear, mantener o hacer cumplir las reglas y las normas del hogar o de la escuela. Contrario al adulto autoritario —con su estructura rígida y frecuentes manifestaciones de coraje— los adultos permisivos carecen de reglas y de estructura; esto es, no existen guías o normas consistentes de conducta que los niños conocen por anticipado y pueden seguir. El adulto permisivo generalmente usa un tono de voz bajo y gentil; expresar coraje, irritación o frustración le hace sentir incómodo. Al adulto permisivo le disgusta el castigo, aún más importante, con su disciplina laxa, ambigua e inconsistente, los niños nunca aprenden la importante diferencia entre conducta positiva = consecuencia positiva y  conducta negativa = consecuencia negativa.
  3. El estilo templado. En este tercer estilo para disciplinar, los adultos establecen reglas y guías que se espera que los niños sigan, pero usando un sistema mucho más democrático donde los niños tienen voz y voto en la creación de esas reglas. Al disciplinar, los adultos templados o moderados toman en consideración las necesidades tanto afectivas como sociales de los niños, así mismo, las preguntas e inquietudes de los niños se atienden y se incorporan a su disciplina. Cuando un niño falla en responder a una regla, el adulto a cargo responde de una manera amable y compasiva donde ofrecerle su apoyo al niño es la prioridad del adulto. Enfocado en el progreso del niño hacia las metas y en los objetivos de la disciplina (en lo que se espera que el niño eventualmente logre), la conducta actual del niño se evalúa en términos de lo que le falta al niño para llegar a su meta, haciendo del castigo algo irrelevante y prácticamente no existente. En esta ausencia de castigo la disciplina templada y la disciplina permisiva son parecidas. Sin embargo, la disciplina permisiva carece tanto de castigo como de estructura de apoyo; es solo a través de una disciplina compasiva y democrática que nuestros niños encuentran las estructuras de apoyo que ellos necesitan para crecer saludables y felices.
Como comentario al calce es importante que entendamos que en ocasiones los adultos combinamos estos estilos, siendo más tolerantes y permisivos en unas ocasiones y menos en otras. Por ejemplo, si nos sentimos cansados o ya irritados, tendemos a “activar” el estilo autoritario; rápido y que no tiene tiempo para contestar preguntas. Si estamos relajados y de mejor humor, resulta más fácil ser tolerantes y pacientes, así como responder a las preocupaciones de nuestros niños. Esto no nos hace malos padres, simplemente dice que somos lo que siempre hemos sido: humanos. Ahora, también es importante entender que uno de los factores más importantes al disciplinar es que seamos consistentes; disciplina que es inconsistente degenera en disciplina confusa, y disciplina que confunde a los niños degenera en disciplina ineficaz.


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Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias

En realidad, todas nuestras reacciones en la vida, positivas y negativas, son una consecuencia. Cuando entramos en la habitación de nuestro hijo y le sonreímos ampliamente porque vemos la habitación ordenada sin que se lo hayamos pedido, eso es una consecuencia positiva. Dos horas más tarde, cuando le ponemos mala cara y refunfuñamos porque encontramos sus platos sucios en el fregadero y residuos de su almuerzo sobre la mesa, eso también es una consecuencia, ahora de carácter negativo.

Cuando usamos consecuencias para disciplinar a los niños, no solo les estamos enseñando a cumplir con sus obligaciones de manera responsable, sino que también los motivamos a mirar dentro de sí mismos para reflexionar sobre cómo pueden hacer las cosas mejor en el futuro. El poder real detrás de la disciplina basada en consecuencias es enseñar a los niños que sus conductas tienen consecuencias, no solo para sí mismos, sino también para los demás, y que tienen que pensar sobre eso antes de que actúen. De la misma manera, los niños aprenden a «rendir cuentas» por su conducta una vez crearon un desorden.

El aprendizaje básico para nuestros niños es como sigue: Todo lo que elegimos hacer siempre conduce a una consecuencia, ya sea positiva o negativa. Este primer tipo de consecuencias se conoce como consecuencias naturales y ocurren de manera automática, sin que los adultos tengamos que intervenir. Por ejemplo, si está lloviendo y el niño no usa su impermeable, el niño se mojará; tan simple como eso. Desde una temprana edad los adultos podemos empezar a enseñarles a los niños importantes lecciones que los capacitarán para toda su vida, ayudándolos a concluir que tomar decisiones responsables conduce a consecuencias positivas; por el contrario, un comportamiento mal orientado con selecciones de conducta pobres es la ruta más corta hacia las consecuencias negativas. Pensar y entender la consecuencia futura, por lo tanto, influencia la conducta futura del niño. Y ese es el origen de la motivación interna y de la autodisciplina en los niños.

Al siguiente tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias lógicas. Es a partir de este momento que la intervención del adulto empieza. Si la niña no se viste apropiadamente para el clima frío y húmedo del exterior, simplemente no sale. Si no limpia los residuos de plastilina después que terminó de jugar, el adulto lo hace, pero entonces la niña no está autorizada a usar la plastilina por dos semanas. Este es el tipo de consecuencias que usamos cuando existe un asunto específico y las consecuencias son claras. Al tercer y más complejo tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias impuestas no relacionadas. Usamos este tipo de consecuencias cuando no nos sentimos seguros respecto a lo que podemos hacer; también cuando existe más de una infracción por parte del niño. Resumiendo, las consecuencias (naturales e impuestas) son los resultados positivos o negativos de nuestra conducta. Experimentar las consecuencias por su conducta brinda a los niños la oportunidad de pensar sobre lo que hicieron y cómo pueden enmendar lo que hicieron cuando el resultado no es satisfactorio. La fórmula no puede ser más simple: usamos consecuencias positivas para reforzar la conducta de los niños e imponemos consecuencias negativas para desalentar su conducta negativa.

No «doremos la píldora», sabemos bien que existen niños que no responden de la manera que esperamos a las consecuencias, particularmente si las mismas son desagradables para ellos (impuestas no relacionadas). Una queja común en muchos padres es: «Si ya le he quitado todo lo que le puedo quitar a mi hijo y los problemas persisten, entonces, ¿cómo lo disciplino?». En esta guía de autoayuda para padres y maestros encontrarán numerosas pautas y estrategias para estos desalentados adultos.

Ayudamos más a un niño que se siente frustrado y enojado cuando, con nuestras palabras y acciones lo apoyamos emocionalmente, enfocándolo en cómo puede manejar mejor su conducta agresiva y sus sentimientos hostiles. El mejor mensaje para darle a un niño ya agitado o consternado no es otro que: «Vamos a solucionar esto juntos». Los modelos RET y SPS introducidos en «Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias» nos orientan en cómo desarrollar destrezas para apoyar emocionalmente a los niños.

Tópicos desarrollados en esta guía

Autocontrol

Autorregulación emocional

Inteligencia emocional

Motivación extrínseca/Motivación intrínseca

Disciplina a corto plazo/Disciplina a largo plazo

Crítica negativa/Crítica positiva

Pautas para criticar/elogiar/animar a los niños

Consecuencias naturales

Consecuencias relacionadas o lógicas

Consecuencias negativas/Consecuencias positivas

Consecuencia impuesta relacionada/Consecuencia impuesta no relacionada

El uso del tiempo fuera

La suspensión de privilegios

Aprendiendo a usar el mandato alfa

Intervenciones especiales para niños que no responden bien a las consecuencias

Cuando las consecuencias impuestas no mejoran la situación: Cómo desarrollar un diálogo orientado hacia la solución del problema

Dándole apoyo emocional al niño

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6X9, 129 páginas

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