¡Mi hijo odia la escuela! ¿Cómo lo ayudo?




Por diferentes razones, muchos niños desarrollan asociaciones negativas con la escuela que en algunos casos degeneran en aversión el niño o la niña rechaza la escuela y se resiste a ir. Durante la adolescencia, este rechazo a la escuela se agudiza cuando grupos de amigos la comparten, reforzándose mutuamente la misma visión negativa de la escuela; si tiene que escoger entre la escuela y el aprecio de sus amistades es muy probable que el adolescente escoja a sus amigos.  Aunque frustrante para los padres, esta situación ocurre con mayor frecuencia de lo que a simple vista parece. El que sea común no significa que sea fácil de manejar para un padre, porque no lo es. Cuando como padres caminamos con nuestros hijos por este camino, tenemos que hacerlo con mucha paciencia, con mucho cuidado y sin garantía de éxito. Como el adulto es el que guía al niño por el camino, enfoquemos en el adulto, empezando con la contribución del adulto, si alguna, al problema.

Para el adulto, un punto de inicio óptimo lo es el autoanálisis o la reflexión, contestando de la manera más honesta posible preguntas como: ¿Qué puedo estar haciendo yo que contribuya a este problema? ¿Lo regaño demasiado? ¿Lo sermoneo? ¿Le digo que sus hobbies o pasatiempos son una pérdida del tiempo? ¿Rechazo las cosas que le interesan y le gustan porque las considero una distracción de su trabajo escolar? ¿Lo comparo con sus hermanos, primos o amigos donde otros siempre lo hacen mejor? ¿Enfatizo en la importancia de triunfar académicamente, limitando el triunfo a obtener buenas notas? ¿Lo fuerzo o lo obligo a que haga su trabajo escolar y sus asignaciones? Si contestamos en la afirmativa a dos o más de estas preguntas, lo más probable es que ya hemos caído en una “power struggle”; esto es, en una lucha de poder entre dos individuos independientes y obstinados; uno es tu hijo, el otro eres tú. ¿Acaso no te habías dado cuenta de cuán similares son? En una lucha de poder ambos gritan y nadie escucha, una receta para el fracaso. Porque sí, en una lucha de poder, ambos pierden.

Ahora entra en juego el elemento de la paciencia: tenemos que evitar a toda costa caer en la trampa de la lucha de poder. Para evitarla, necesitamos empatía; esto es, “ponernos los zapatos del niño y seguir caminando el camino con los zapatos del niño puestos”. Una vez más, el autoanálisis nos ayuda. Las preguntas a contestar ahora son: ¿Si yo fuera ________ (nombre del niño), cómo vería yo las cosas? Tengo su edad, estoy donde el está… ¿qué veo… qué escucho… qué siento… qué quiero…? ¿Qué hace que quiera lo que quiero? ¿Soy rebelde? ¿Soy insensible? ¿Quiero que mi mamá sufra? Lo más probable es que las contestaciones a estas preguntas te sorprendan. Quizás descubras que tu hijo no es un rebelde y no quiere desafiarte, simplemente, tu hijo es esta maravillosa —aún inmadura— criatura que aspira a su independencia y que tiene hambre de autonomía, sencillamente todavía no sabe expresarlo.

La empatía nos regala algo extremadamente valioso: la empatía nos regala el cambio de percepción. Ya no vemos a nuestro hijo como rebelde y desafiante. Ahora lo percibimos quizás agobiado, frustrado, tiene miedo al fracaso… todas ellas explicaciones que nos ayudan a bajar la intensidad de nuestros mensajes (hablando en lugar de gritar), alejándonos de la invalidación y de la crítica pesimista, mientras nos acerca a la validación y a darle mensajes constructivos. Invalidamos los mensajes de un niño cuando negamos lo que nos dice, lo minimizamos o le restamos importancia; por ejemplo: “¡Tú no sabes lo que dices!”. O, “¡Eso no es así! ¡Lo que pasa es que eres un vago y no te esfuerzas!”. (Todas las preguntas presentadas en el segundo párrafo son ejemplos de invalidaciones). Por otro parte, el mismo mensaje puede ser validado cuando decimos, “Tengo la impresión de que te sientes decepcionado/ frustrado/descorazonado”. O, “Esto debe sentirse frustrante…”. Cuando validamos su mensaje, el niño siente que lo estamos escuchando. Los mensajes validados son mensajes libres de acusaciones y fuera de todo tipo de culpa; esto motiva al niño a hablar, y eventualmente —con mucha paciencia y pericia— podemos crear una alianza de cambio con el niño. Juntos y en armonía, enfocamos en contestar: ¿Cuáles cambios queremos ver en el hogar?  ¿Qué podemos hacer para mejorar o para resolver esta situación? ¿Cuál es el plan? ¿Cuáles son los pasos? ¿Qué puedo hacer yo (niño)? ¿Cómo puedo ayudar yo (adulto)? Niños de seis años en adelante ya son capaces de desarrollar planes; niños más pequeños necesitan oraciones cortas con menos pasos (no más de tres), pero también pueden hacerlo.

A continuación sugerencias adicionales para ayudar al niño a conectar con la escuela


  • Haz de tu hogar un ambiente emocionalmente seguro para el niño; esto es, sin regaños, sermones, ni crítica, y no culpes al niño. La última es crucial: nunca hagas sentir culpable a tu hijo porque no le gusta la escuela, nunca.

  • Las tácticas de poder (yo ordeno—tú obedeces) carecen de valor persuasivo y son más y más inefectivas, incluso contraproducentes, a medida que los niños crecen. En otras palabras, nunca vamos a persuadir a un niño regañándolo y haciéndolo sentir mal. Se estima que los niños se “desconectan” mentalmente de un regaño o sermón a partir de los dos minutos. Así que, del minuto dos en adelante, en realidad, estás sermoneando a la pared. Tu hijo necesita sentirse escuchado; no necesita sermones.

  • ¿Cómo podemos escuchar? La técnica a seguir se conoce como “escucha empática”, técnica que a mí me gusta definir como: Escucharte con mi mente y con mi corazón. Con mi mente —limpia de otros pensamientos— para entenderte; con mi corazón —libre de preconcepciones y prejuicios— para aceptarte incondicionalmente, sin importar lo que digas. Cuando te escucho para entenderte puedo ver las cosas desde tu perspectiva y analizar la situación caminando en tus zapatos. La escucha empática usa técnicas activas para escuchar como: mi atención total, no hago otras cosas mientras te escucho (apago mi celular), no te juzgo, no te predico y durante ese momento no te doy consejos ni te interrumpo. Cuando me abstengo de hacer estas cosas, abro un espacio en la comunicación para que sea el niño el que hable. Mi medida para saber si estoy escuchando con atención es fijarme en cual de los dos está hablando más: si el niño habla más, lo estoy haciendo bien, pero si yo estoy hablando más que el niño, es el momento para callarme.

  • Para estimular el niño a hablar y a  elaborar en los detalles, podemos usar frases como: “Estoy escuchando”, “Dime más” o “Sigue….”. Mantenemos la comunicación clara (libre de distorsión o malentendidos) cuando resumimos lo que acabamos de escuchar para que el niño acepte o corrija; por ejemplo, decir, “Me parece que estás diciendo que tu maestro de matemáticas habla demasiado rápido y no explica bien los conceptos. Por eso no te gusta esa clase. ¿Estoy en lo correcto?”. Aquí entran en juego “truquitos de la comunicación” que también podemos usar, por ejemplo, el niño dice, “¡odio las matemáticas!” y tú dices  no te gustan las matemáticas”, cambiando la etiqueta (odio-gustan) para reducir la intensidad del sentimiento negativo. Cuando nuestros sentimientos negativos bajan en intensidad podemos manejarlos de una manera más racional.

  • Frecuentemente, hablen de cosas que le gustan al niño y busquen maneras de que las pueda hacer. Conoce sus hobbies o pasatiempos, su música (cuál es su cantante de reggaetón favorito; cuál es el tuyo). La clave es que tu hijo te vea como alguien que lo puede entender y con quien puede tocar múltiples temas. Así cuando necesiten hablar de cosas más serias, a tu hijo le será más fácil escucharte.

  • Reconoce el esfuerzo de tu hijo y aprecia su progreso sin importar lo pequeño que parezca. No existe progreso pequeño cuando tu hijo tuvo que esforzarse para conseguirlo.

  • Tu hijo puede decepcionarse (todos nos decepcionamos alguna vez), pero no dejes que se descorazone; cuando las cosas no salen como nos gustaría, enfócalo en la parte que logró hacer bien.

  • Pon menos énfasis en la importancia de las notas y más énfasis en la importancia de hacer siempre su mejor esfuerzo.

  • Asegúrate de que tu hijo tenga las destrezas académicas que necesita para funcionar efectivamente en la escuela, incluyendo las importantes destrezas organizativas; o sea, buenos hábitos y rutinas que lo ayudan a ordenar el trabajo académico (ejemplos: los materiales listos y organizar las tareas de menos difícil a mas difícil). Niños con buenas destrezas organizativas pueden hacer más en menos tiempo, un incentivo para que aprendan a organizarse. Cuando hables con sus maestros, pregunta directamente, “¿Cuáles destrezas mi hijo necesita para poder hacer este trabajo de manera independiente?”. En adición, “¿Cuáles son las fortalezas de mi hijo?”. Esta información te ayuda a decidir si un tutor puede ayudar.

  • Si te decides por un tutor, lo recomendable es un universitario. En adición a que cobra poco, es joven, lo que facilita “venderle” la idea del tutor a tu hijo. Para niños con aversión a la escuela, imponerles un tutor cinco días a la semana no es una buena idea, pero dos horas una vez a la semana pueden hacer mucho por tu niño. Con la ayuda de los maestros puedes preparar una lista para el tutor de las cosas en las cuales quieres que tu hijo se fortalezca. Un tutor que a su vez es un estudiante es la persona ideal para modelar buenos hábitos de estudio a tu hijo. Similarmente, es un ejemplo de estudiante exitoso para tu hijo. Déjalos que hablen de las vicisitudes de ser estudiantes y de las presiones que tienen los jóvenes para abandonar la escuela. Cuando estos tópicos se discuten abiertamente y se presentan alternativas, tenemos mayor probabilidad de que nuestros hijos permanezcan en la escuela. En adición, tu hijo puede hacerle a su tutor las preguntas que en la escuela no se atreve hacer a sus maestros.

  • Puedes incentivarlo con ese celular o ese video juego que él quiere. Esto se conoce como motivación extrínseca o externa. Nuestra meta como padres es desarrollar en nuestros hijos la motivación intrínseca o interna —el grado más alto de motivación— pero muchas veces tenemos que empezar por menos para llegar a más. Por el contrario, nunca lo amenaces con quitarle lo que ya tiene (ejemplos: el celular o la mesada). Son cosas separadas (la escuela—su mesada), no las mezcles.

  • Limitar los regaños y las amenazas no implican ausencia de reglas en el hogar; tampoco falta de límites. Las reglas y los límites se pueden comunicar sin amenazas. El mejor momento para establecerlas o recordarlas es cuando ambos están tranquilos y receptivos a escuchar. Si uno de los dos tiene coraje, el otro no debe hablar. Díselo tranquilamente a tu hijo, “Hablamos de esto más tarde; ahora siento coraje y no quiero decir algo de lo que después me pueda arrepentir”.

  • Esto es lo que tranquila y sosegadamente le vas a comunicar al niño: “Hay reglas y normas en esta casa. Las normas de la casa facilitan nuestra vida en familia y todos en la casa las seguimos. Cuando se violan, hay consecuencias, pero siempre, siempre, hay amor incondicional —yo te amo no importa lo que tú hagas. Cuando siento coraje con tu conducta, estoy rechazando tu conducta, pero te sigo amando a tí”.

  • Al establecer reglas o límites, déjate llevar por el mínimo que tú aceptas, no por el máximo que quieres. Por ejemplo, en el examen de ciencias, el mínimo aceptado sería 70 o C. El máximo que quieres es 100, pero tú sabes que el niño aún no llega a ese máximo.

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RET: La fórmula para educar niños emocionalmente inteligentes
 
Una guía psicoeducativa para padres y maestros

Un informativo viaje dentro del fascinante mundo emocional del niño para entender los pensamientos y sentimientos que, de manera negativa o positiva, influencian su comportamiento. Aplicando los principios RET (pienso siento actúo), nuestros niños aprenden a superar los retos de sus situaciones personales difíciles, manejando mejor su mundo emocional.

Tópicos desarrollados en esta guía:
Autocontrol
Autodisciplina
Autoeficacia
Autoestima del niño
Autoimagen del niño
Autonomía y responsabilidad
Pesimismo/Optimismo
Dando apoyo emocional al niño
Niños estresados
Manejo del coraje
Modificación de conducta
Educación emocional
Pensamiento y razonamiento crítico

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