Cómo «rebotar» emocionalmente de esos momentos en que parece que todo nos sale mal

 


Cuando  disciplinamos a los niños no se trata de hacerlo mejor que los demás, sino de hacerlo mejor que ayer.

Todos tenemos esos momentos en que sentimos que no estamos a la altura de las circunstancias: nuestra paciencia no es la misma y les gritamos más rápido y más alto a nuestros hijos, usando palabras que alinean con nuestro coraje y frustración en lugar de alinear con nuestra disciplina. Frases que tratan de crear culpa en los niños como: « ¡Siempre es lo mismo! ¡Tengo un montón de platos sucios en el fregadero y no tengo tiempo para escuchar más tonterías!» solo contribuyen a hundirnos más en nuestras propias inseguridades y sentimientos de duda. En reacción a nuestros gritos y regaños, los niños se alborotan más, los trastes siguen sin fregarse y los problemas se acumulan, en lugar de resolverse. A continuación, ofrecemos algunas sugerencias para traer calma al caos.

  • «Pegarnos a nuestro aquí y ahora», desconectándonos del pasado (« ¡Siempre es lo mismo!»). Debemos estar vigilantes, debatir y rechazar esas ideas y pensamientos negativos que suponen que las cosas malas siempre nos pasan, mientras que las cosas buenas nunca nos pasan.
  • Poner expectativas realistas para nosotros mismos y para la situación. Está bien que los trastes no se laven, por ahora. ¿Qué es más importante en este momento?
  • Diferenciar entre lo que podemos cambiar y lo que no podemos cambiar. Enfocarnos en la solución, o en lo que podemos cambiar, en lugar de rumiar y consumirnos emocionalmente por la situación o el problema. Enfocar en nuestras fortalezas, en lugar de nuestras debilidades, nos facilitará este proceso.
  • Tomar un paso, después el próximo… Aunque nos parezcan «pasitos de bebé», tenemos que seguir moviéndonos.
  • Obligarnos a enfocarnos en un problema a la vez; por ejemplo: en lo más fácil, lo más rápido o lo que es más importante. Todo lo demás puede y tiene que esperar. Esto contribuye grandemente a resolver el descorazonamiento que sentimos porque estamos manejando muchos problemas a la misma vez.  
  • En lugar de enfocar en lo peor, o en el peor escenario, enfocarnos en lo posible o en lo que se puede hacer.
  • Recordar que todo es temporal (tiene principio y final), incluso esto.
  • Recordar que un mal momento no nos define; cómo reaccionamos a la situación nos define. Y ese es nuestro «superpoder»: Tenemos el poder de decidir cómo vamos a reaccionar a la situación.
  • Enfocarnos en lo que está bien, no en lo que está mal. Nuestra tendencia humana nos empuja a prestarle toda nuestra atención (magnificar) a las cosas que salieron mal durante el día, ignorando (minimizando) lo que salió bien. Si, por ejemplo, pasamos por una hora de indisciplina durante el día, lo más probable es que descartemos las siete horas que fluyeron armoniosamente con desanimados pensamientos como: « ¡Qué mal día he tenido!». Entender esta peculiaridad de la mente humana es el primer paso para poder superarla.
  • Cuando las cosas nos salen mal, resulta difícil reconocer lo que estamos haciendo bien, por eso es importante hacer un «reagrupamiento mental» de lo que estamos haciendo mal y bien. Con intención, tenemos que buscar lo positivo del momento aunque parezca pequeño. Ese ejercicio mental puede ayudarnos a mejorar nuestra actitud. Entonces, corregimos lo que estamos haciendo mal. Por ejemplo, podemos decirles a los niños: «Necesito una pausa. Estoy gritando sin sentido y esto no está funcionando. Me disculpo por actuar de manera impulsiva. Ahora voy a hablarles con mi voz calmada. Me sentí molesta porque ____________ (describir la conducta que no queremos). Ahora yo quiero ____________ (decir lo que queremos)». Esto no solo nos ayuda a moderar el tono y ritmo de nuestras palabras, sino que también representa un excelente modelo que los niños pueden seguir. Si un niño sigue gritando o alborotado, sosegadamente le decimos: «Hazlo como yo…» o «Sígueme a mí…». En otras palabras, guiamos a los niños con nuestro ejemplo, que es la manera más potente de disciplinar.
  • Buscar la lección de la experiencia. Al mínimo, aprendimos a no repetir los mismos errores y a aceptar las cosas que están fuera de nuestro control; o quizás aprendimos cómo salir de una situación que al principio parecía tan mala, logrando movernos a otra cosa mejor.

 

Un momento en un día no define nuestra disciplina. Es la suma de todos los pequeños ―pero significativos― momentos, todos los días, la que le da carácter y estructura a nuestra disciplina.

 

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Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias

En realidad, todas nuestras reacciones en la vida, positivas y negativas, son una consecuencia. Cuando entramos en la habitación de nuestro hijo y le sonreímos ampliamente porque vemos la habitación ordenada sin que se lo hayamos pedido, eso es una consecuencia positiva. Dos horas más tarde, cuando le ponemos mala cara y refunfuñamos porque encontramos sus platos sucios en el fregadero y residuos de su almuerzo sobre la mesa, eso también es una consecuencia, ahora de carácter negativo.

Cuando usamos consecuencias para disciplinar a los niños, no solo les estamos enseñando a cumplir con sus obligaciones de manera responsable, sino que también los motivamos a mirar dentro de sí mismos para reflexionar sobre cómo pueden hacer las cosas mejor en el futuro. El poder real detrás de la disciplina basada en consecuencias es enseñar a los niños que sus conductas tienen consecuencias, no solo para sí mismos, sino también para los demás, y que tienen que pensar sobre eso antes de que actúen. De la misma manera, los niños aprenden a «rendir cuentas» por su conducta una vez crearon un desorden.

El aprendizaje básico para nuestros niños es como sigue: Todo lo que elegimos hacer siempre conduce a una consecuencia, ya sea positiva o negativa. Este primer tipo de consecuencias se conoce como consecuencias naturales y ocurren de manera automática, sin que los adultos tengamos que intervenir. Por ejemplo, si está lloviendo y el niño no usa su impermeable, el niño se mojará; tan simple como eso. Desde una temprana edad los adultos podemos empezar a enseñarles a los niños importantes lecciones que los capacitarán para toda su vida, ayudándolos a concluir que tomar decisiones responsables conduce a consecuencias positivas; por el contrario, un comportamiento mal orientado con selecciones de conducta pobres es la ruta más corta hacia las consecuencias negativas. Pensar y entender la consecuencia futura, por lo tanto, influencia la conducta futura del niño. Y ese es el origen de la motivación interna y de la autodisciplina en los niños.

Al siguiente tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias lógicas. Es a partir de este momento que la intervención del adulto empieza. Si la niña no se viste apropiadamente para el clima frío y húmedo del exterior, simplemente no sale. Si no limpia los residuos de plastilina después que terminó de jugar, el adulto lo hace, pero entonces la niña no está autorizada a usar la plastilina por dos semanas. Este es el tipo de consecuencias que usamos cuando existe un asunto específico y las consecuencias son claras. Al tercer y más complejo tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias impuestas no relacionadas. Usamos este tipo de consecuencias cuando no nos sentimos seguros respecto a lo que podemos hacer; también cuando existe más de una infracción por parte del niño. Resumiendo, las consecuencias (naturales e impuestas) son los resultados positivos o negativos de nuestra conducta. Experimentar las consecuencias por su conducta brinda a los niños la oportunidad de pensar sobre lo que hicieron y cómo pueden enmendar lo que hicieron cuando el resultado no es satisfactorio. La fórmula no puede ser más simple: usamos consecuencias positivas para reforzar la conducta de los niños e imponemos consecuencias negativas para desalentar su conducta negativa.

No «doremos la píldora», sabemos bien que existen niños que no responden de la manera que esperamos a las consecuencias, particularmente si las mismas son desagradables para ellos (impuestas no relacionadas). Una queja común en muchos padres es: «Si ya le he quitado todo lo que le puedo quitar a mi hijo y los problemas persisten, entonces, ¿cómo lo disciplino?». En esta guía de autoayuda para padres y maestros encontrarán numerosas pautas y estrategias para estos desalentados adultos.

Ayudamos más a un niño que se siente frustrado y enojado cuando, con nuestras palabras y acciones lo apoyamos emocionalmente, enfocándolo en cómo puede manejar mejor su conducta agresiva y sus sentimientos hostiles. El mejor mensaje para darle a un niño ya agitado o consternado no es otro que: «Vamos a solucionar esto juntos». Los modelos RET y SPS introducidos en «Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias» nos orientan en cómo desarrollar destrezas para apoyar emocionalmente a los niños.

Tópicos desarrollados en esta guía

  • Autocontrol
  • Autorregulación emocional
  • Inteligencia emocional
  • Motivación extrínseca/Motivación intrínseca
  • Disciplina a corto plazo/Disciplina a largo plazo
  • Crítica negativa/Crítica positiva
  • Pautas para criticar/elogiar/animar a los niños
  • Consecuencias naturales
  • Consecuencias relacionadas o lógicas
  • Consecuencias negativas/Consecuencias positivas
  • Consecuencia impuesta relacionada/Consecuencia impuesta no relacionada
  • El uso del tiempo fuera
  • La suspensión de privilegios
  • Aprendiendo a usar el mandato alfa
  • Intervenciones especiales para niños que no responden bien a las consecuencias
  • Cuando las consecuencias impuestas no mejoran la situación: Cómo desarrollar un diálogo orientado hacia la solución del problema
  • Dándole apoyo emocional al niño

¡Y mucho más!

6X9 ~ 129 páginas

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