Cuando al niño no le importan las consecuencias: Lo que podemos hacer



¿El niño se resiste o ignora cada consecuencia que le damos? Aquí presentamos algunas ideas para lograr que nuestras consecuencias funcionen.

Es natural que los niños se resistan y rehúsen cooperar con cosas que ellos perciben como desagradables. Una respuesta que los adultos escuchamos y vemos con frecuencia cuando los disciplinamos es el gran favorito «No me importa», acompañado por otro gran favorito de los niños: encoger los hombros. De esta manera el niño nos comunica que, no importa lo que digamos o hagamos, no podemos lastimarlo; más importante, ingeniosamente el niño se asegura que «el poder» en la interacción pasa del adulto al niño, «desinflando» la habilidad del adulto para hacerle algo al niño. Para contrarrestar esta reacción del niño,  una de las primeras cosas que podemos hacer es enfocarnos en lo que queremos que el niño aprenda de la consecuencia, prestando poca o ninguna atención al hecho de que al niño le importe o no le importe la consecuencia que le imponemos. En otras palabras, debemos transferir el peso de nuestra consecuencia de «hacer que el niño sufra» a lograr que el niño aprenda una nueva conducta. Si el niño tiene éxito en hacernos dudar de lo que estamos haciendo, eso solo significa que le estamos dando demasiado poder al niño. Ninguna consecuencia debe usarse como un mecanismo para lograr que el niño se sienta mal y se disculpe («Lo siento mamá, no lo volveré a hacer»); todas nuestras consecuencias deben estar diseñadas con el propósito exclusivo de lograr que el niño mejore una conducta. Por ejemplo, cuando el niño encoge sus hombros y nos dice, « ¡No me importa!», calmadamente le contestamos: «Lo entiendo, pero todavía vas a perder tu celular por los próximos tres días». Entonces, simplemente nos volteamos y nos vamos de la habitación. No tratemos de controlar las emociones del niño; el niño tiene derecho a sentirse como se siente. Lo que sí controlamos es la interacción adulto-niño, diciendo simplemente: «Estas son las consecuencias». No nos preocupemos por «tener la última palabra». Enfoquemos en darle al niño una consecuencia que lo ayudará a modificar su conducta. Más sugerencias:

Evitar dar consecuencias mientras argumentamos con el niño o lo regañamos

Nunca es efectivo administrar consecuencias en medio de un argumento; nada bueno sale de ahí. Lo que sí sucederá es que nuestra impulsiva consecuencia resulte demasiado fuerte, ambigua o tal vez débil. Lo más apropiado es sentarnos con anterioridad para preparar y escribir un «menú de consecuencias». Con este menú debemos pensar en dos cosas: (a) que al niño no le guste la consecuencia (el niño debe sentirse incómodo) y (b) la lección que queremos enseñar al niño. Esta lección debe «estar atada» (relacionarse) a la consecuencia y la consecuencia debe estar atada o relacionada a la conducta negativa del niño.

Es importante que el niño conozca las consecuencias por adelantado. En lo posible, debemos incluir al niño en desarrollar su menú de consecuencias. Una de las mejores cosas que podemos hacer por todos los niños es enseñarles a hablar el lenguaje de las consecuencias, tanto negativas como positivas.

Mantener la calma

Mantenernos calmados es crucial. Solo con nuestra serenidad podemos modelar y traer serenidad al niño. Aun cuando el niño nos dice que no le importa, sosegadamente le hacemos saber que encontrará esta misma consecuencia si vuelve a romper esta regla, y nos alejamos. La clave para lograr mantener la calma consiste en aprender a prestar menos atención a las palabras o comentarios del niño, prestando más atención a su comportamiento o lo que hace.

Asegurarnos de que la consecuencia tenga significado

La consecuencia debe tener significado para el niño; esto es, al niño debe importarle. Si, por ejemplo, el niño vive conectado a su celular y al mismo tiempo dice malas palabras y es grosero con su hermana, entonces usamos su adorado celular como «palanca». La consecuencia puede ser quitarle el derecho a su celular por 12 horas consecutivas. Al completar las 12 horas, el niño vuelve a ganar acceso a su celular. En el momento en que el niño olvida la regla y repite la conducta negativa, vuelve a perder acceso a su celular por las siguientes 12 horas. Repetimos este ciclo cuantas veces sea necesario, pero siempre manteniéndolo por periodos cortos  con los que el niño puede cumplir. Podemos bajar el periodo de la consecuencia a ocho horas o seis horas consecutivas, pero no es recomendable hacerlo ni más largo ni más difícil (24 horas o una semana, por ejemplo). Lo que queremos es que el niño tenga éxito y se mantenga motivado, no que sufra ni que se descorazone.

Asegurarnos de que nuestra consecuencia negativa enlace con la conducta negativa del niño

En lo posible, tratemos de conectar directamente la consecuencia negativa con la conducta negativa del niño. Por ejemplo, si la niña corre su bicicleta fuera de las áreas designadas, la consecuencia lógica a esta conducta es quitarle los privilegios de la bicicleta. Si se rehúsa a recoger sus juguetes, entonces pierde el derecho a sus juguetes.

Igualmente importante es observar el comportamiento del niño cuando pierde un privilegio para entender mejor lo que funciona y no funciona para el niño. Si el niño no presenta cambio significativo cuando pierde el privilegio de su celular, por ejemplo, entonces ese es el momento para pensar en otra consecuencia más efectiva, quizás asignarle al niño tareas extras. Es por eso que un menú de consecuencias es importante, y en ocasiones, un ejercicio de «ensayos y error» (trial and error) es necesario.

Evitar apelar a sus emociones o usar sus emociones con el propósito de ganar nuestro argumento

Es importante que nos mantengamos enfocados en mejorar la conducta del niño, no en cambiar sus sentimientos. Discursos enfocados en la relación entre los dos hermanos (p. ej. «Tu hermana te adora y le duele la manera en que la tratas») o en las emociones del niño (p. ej. «Eres un buen niño y quieres hacer las cosas bien») es  mejor dejarlos para otro momento. Cuando administramos la consecuencia al niño, nuestro trabajo consiste en quitarle su celular y decirle, «Oye, en esta casa nos tratamos bien y nos apoyamos. Si no puedes hacer eso, tampoco puedes usar tu teléfono. Ya conoces la regla: tendrás tu celular mientras le hables con respeto a tu familia y seas amable con tu hermana. Tus 12 horas de respeto y amabilidad empiezan en este momento».

Conectar con el niño para evitar contraatacar o tomar represalias

Para ayudar al niño a aceptar las consecuencias, tenemos que aprender a articular mensajes que nos ayuden a «entrar en su mundo», conectando emocionalmente con el niño. En otras palabras, conectamos primero y solo entonces pedimos lo que queremos que haga. Esto no debe resultar tan difícil, después de todo, hubo momentos en la vida en que nosotros también tuvimos siete, nueve, 12 o 15 años. ¿O ya se olvidaron? Aprendemos a responder, en lugar de reaccionar cuando entendemos que muchas de las cosas que interpretamos como desafío por parte de los niños en realidad no es otra cosa que comportamiento típico para su edad. Vamos a repasar algunos ejemplos de mensajes que conectan con los niños:

  • Se ve que te estás divirtiendo con ese juego. Piensa en un momento en que lo puedes parar, ya es hora del almuerzo. Podemos hablar del juego mientras almorzamos.
  • ¡Wow! ¡Mira todos estos carritos de Lego que construiste! ¡Tremendo! Es hora de recoger. ¿Qué tal si me hablas de lo que creaste mientras los pones en el estante?
  • Sé que quieres otro chocolate. Yo también, pero ya se acerca la hora de cenar. Vamos a guardar estos para mañana.

Mantener las consecuencias simples, claras y directas

Cuando administramos una consecuencia, a más simple y específica, mejor. De nuevo, no queremos envolvernos en discursos largos ni abrumar al niño con detalles; todo lo que queremos hacer es presentarle al niño la consecuencia por su conducta inapropiada de la manera más clara posible. Una manera de lograr esto es explicándole al niño por adelantado lo que sucederá cuando viola la regla (p. ej. «La próxima vez que le grites y uses palabras groseras con tu hermana, esto es lo que sucederá: ________»). De esta forma, la consecuencia atada a la conducta ya está clara, y el niño puede hacer preguntas si lo necesita. Una precaución a tener es presentarle las consecuencias al niño en un momento en que está calmado. Ambos, niño y adulto, debemos sentirnos en la mejor disposición para hablar el uno con el otro y eso no puede ocurrir cuando ya el combate de boxeo entre los dos empezó.

No caer en la trampa de la lucha por el poder

No nos involucremos en argumentos ni contraargumentos sobre lo injusto de la consecuencia ni sobre lo «malo» que somos. La mejor manera de «rechazar la invitación del niño a pelear» es decirle algo como: «Entiendo que sientas así. Esto no te gusta y muchas veces lo que no nos gusta nos parece injusto (validamos los sentimientos del niño, pero sin aceptarlos ni justificarlos). Es lamentable que no te importe, pero eso solo me dice que vas a ver consecuencias como esta más a menudo en el futuro. Recuerda que en tus manos está evitar que eso te pase». Aquí estamos logrando dos cosas: (a) le hacemos saber al niño que no nos vamos a envolver en una lucha por el poder y (b) respetamos los sentimientos del niño, manteniendo su orgullo personal intacto. Lo único que queremos es que deje de hablarle de manera grosera a su hermana, no humillarlo.

Enseñarle al niño procedimientos en cómo manejar y solucionar sus conflictos sociales. Entonces usar más «solución de problemas» y menos consecuencias negativas

Los niños que entienden que existen procedimientos para resolver sus problemas sociales pueden resolver mejor sus conflictos personales (y por consiguiente, necesitan menos consecuencias negativas). Cuando el niño se siente calmado, podemos decirle: «La próxima vez que te sientas frustrado con tu hermanita, ¿qué tú crees que puedes hacer diferente en lugar de gritarle o ponerle nombres? Vamos a preparar una lista». Con el niño podemos desarrollar algunas ideas, por ejemplo, « ¿Qué te parece si cuando sientes que le vas a gritar te vas a tu habitación y escuchas la música que te gusta? ¿Crees que puedes hacer eso?». Tratemos de estimular al niño a que desarrolle sus propias ideas (p. ej. «Cuando Tina empiece a seguirme por toda la casa, me encierro en mi cuarto». [Mamá]: «Muy bien, vamos a tratar esto. Por el resto del día, cuando Tina te moleste, escoge una cosa de esta lista y vamos a ver si eso te ayuda»).

Tenemos que aprender a hacer preguntas y comentarios de maneras que ayuden al niño a reconocer lo que lo beneficia/no lo beneficia, lo que puede ganar si cumple con la consecuencia, a pensar en alternativas y a pensar en planes. Por ejemplo, cuando el niño se queje de lo injusto que somos, comentamos: « ¿Qué tú crees que puedes hacer la próxima vez  que sientas que estoy siendo injusto contigo?». De manera similar podemos preguntar: « ¿Qué puedes hacer la próxima vez para que no te metas en problemas?». Articulando nuestro mensaje desde la perspectiva de los mejores intereses del niño, podemos decir algo como: « Es importante que entiendas que la próxima vez que seas cruel con tu hermanita o le hables malo, las cosas se van a poner peor para ti, no mejor. Yo sé que quieres mantener tu celular, así que, vamos a pensar en cosas que puedes hacer para lograr eso».

Diseñar consecuencias orientadas hacia la tarea, no hacia el tiempo

Un error común al administrar consecuencias es castigar al niño por largos periodos de tiempo con la esperanza de hacer que la consecuencia «se pegue». Esto se conoce como «hacer tiempo» porque, sin aprender nada de utilidad, todo lo que el niño tiene que hacer es cumplir con su tiempo. Por el contrario, si en lugar de limitarnos a que el niño cumpla tiempo le añadimos cosas que queremos que el niño logre durante ese tiempo, estamos aumentando significativamente la efectividad de la consecuencia. A este segundo tipo de consecuencias se les conoce como consecuencias orientadas hacia la tarea, en oposición a las consecuencias orientadas al tiempo del primer tipo. Por ejemplo, si el niño pierde sus privilegios de videojuegos por 24 horas, durante ese tiempo debe estar haciendo algo constructivo que lo ayude a mejorar su conducta. La pérdida de un privilegio por 12 o 24 horas acompañada con tiempo de tarea resulta mucho más valiosa para el niño que una semana sin el privilegio, pero sin ninguna tarea o actividad específica que la acompañe. Particularmente con niños típicamente desobedientes, a más largo el tiempo de su consecuencia, mayor es la probabilidad de que el niño fracase. Si, por ejemplo, asignamos una consecuencia de 30 días y el niño hace algo incorrecto al segundo día de la misma, entonces, ¿qué vamos a hacer, extender la consecuencia a 40 días? Y por eso es que las consecuencias largas nunca funcionan… Una mejor alternativa es limitar la consecuencia a 24 horas, y si el niño repite la conducta negativa más tarde en la semana, pierde el privilegio nuevamente, también por 24 horas. Recordemos que con la consecuencia estamos tratando de construir experiencias de aprendizaje para el niño, evitando crear resentimiento porque el niño siente que estamos siendo injustos.

Aprender a evaluar si la consecuencia está funcionando

Esta es la duda que la mayoría de los padres tienen: ¿Cómo puedo saber si la consecuencia está funcionando? Es simple: la consecuencia funciona (es efectiva) en la medida en que hace al niño responsable por su conducta. Lograr que los niños se hagan responsables por las cosas que hacen (negativas y positivas) es la mejor herramienta que los adultos tenemos para lograr cambiar su conducta. Cuando hacemos a un niño responsable por su conducta, eventualmente ese niño aprende a regular su propia conducta para evitar que una consecuencia negativa vuelva a ocurrir.

Evitar expresar, coraje, disgusto o desprecio

Cuando damos una consecuencia, tenemos que ser firmes y consistentes, pero sin demostrar disgusto o rechazo. El sarcasmo y la culpa crean sentimientos de desilusión en el niño, y eventualmente, el niño aprende a creer que nos decepciona. Lo que queremos es formar niños que saben funcionar apropiadamente bajo frustración y presión, no niños que se sientan desmoralizados.

Es importante que el niño sepa que no interpretamos sus errores de manera personal (p. ej. « ¡Ya no aguanto más esto! ¡No sales de un problema para meterte en otro!»). Así mismo, mantengamos presente que nuestras expresiones faciales y el tono de nuestra voz revelan volúmenes respecto a la manera en que sentimos. Un tono de voz moderado, lenguaje respetuoso y mensajes positivos son cruciales si queremos triunfar.

 

 

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Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias

En realidad, todas nuestras reacciones en la vida, positivas y negativas, son una consecuencia. Cuando entramos en la habitación de nuestro hijo y le sonreímos ampliamente porque vemos la habitación ordenada sin que se lo hayamos pedido, eso es una consecuencia positiva. Dos horas más tarde, cuando le ponemos mala cara y refunfuñamos porque encontramos sus platos sucios en el fregadero y residuos de su almuerzo sobre la mesa, eso también es una consecuencia, ahora de carácter negativo.

Cuando usamos consecuencias para disciplinar a los niños, no solo les estamos enseñando a cumplir con sus obligaciones de manera responsable, sino que también los motivamos a mirar dentro de sí mismos para reflexionar sobre cómo pueden hacer las cosas mejor en el futuro. El poder real detrás de la disciplina basada en consecuencias es enseñar a los niños que sus conductas tienen consecuencias, no solo para sí mismos, sino también para los demás, y que tienen que pensar sobre eso antes de que actúen. De la misma manera, los niños aprenden a «rendir cuentas» por su conducta una vez crearon un desorden.

El aprendizaje básico para nuestros niños es como sigue: Todo lo que elegimos hacer siempre conduce a una consecuencia, ya sea positiva o negativa. Este primer tipo de consecuencias se conoce como consecuencias naturales y ocurren de manera automática, sin que los adultos tengamos que intervenir. Por ejemplo, si está lloviendo y el niño no usa su impermeable, el niño se mojará; tan simple como eso. Desde una temprana edad los adultos podemos empezar a enseñarles a los niños importantes lecciones que los capacitarán para toda su vida, ayudándolos a concluir que tomar decisiones responsables conduce a consecuencias positivas; por el contrario, un comportamiento mal orientado con selecciones de conducta pobres es la ruta más corta hacia las consecuencias negativas. Pensar y entender la consecuencia futura, por lo tanto, influencia la conducta futura del niño. Y ese es el origen de la motivación interna y de la autodisciplina en los niños.

Al siguiente tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias lógicas. Es a partir de este momento que la intervención del adulto empieza. Si la niña no se viste apropiadamente para el clima frío y húmedo del exterior, simplemente no sale. Si no limpia los residuos de plastilina después que terminó de jugar, el adulto lo hace, pero entonces la niña no está autorizada a usar la plastilina por dos semanas. Este es el tipo de consecuencias que usamos cuando existe un asunto específico y las consecuencias son claras. Al tercer y más complejo tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias impuestas no relacionadas. Usamos este tipo de consecuencias cuando no nos sentimos seguros respecto a lo que podemos hacer; también cuando existe más de una infracción por parte del niño. Resumiendo, las consecuencias (naturales e impuestas) son los resultados positivos o negativos de nuestra conducta. Experimentar las consecuencias por su conducta brinda a los niños la oportunidad de pensar sobre lo que hicieron y cómo pueden enmendar lo que hicieron cuando el resultado no es satisfactorio. La fórmula no puede ser más simple: usamos consecuencias positivas para reforzar la conducta de los niños e imponemos consecuencias negativas para desalentar su conducta negativa.

No «doremos la píldora», sabemos bien que existen niños que no responden de la manera que esperamos a las consecuencias, particularmente si las mismas son desagradables para ellos (impuestas no relacionadas). Una queja común en muchos padres es: «Si ya le he quitado todo lo que le puedo quitar a mi hijo y los problemas persisten, entonces, ¿cómo lo disciplino?». En esta guía de autoayuda para padres y maestros encontrarán numerosas pautas y estrategias para estos desalentados adultos.

Ayudamos más a un niño que se siente frustrado y enojado cuando, con nuestras palabras y acciones lo apoyamos emocionalmente, enfocándolo en cómo puede manejar mejor su conducta agresiva y sus sentimientos hostiles. El mejor mensaje para darle a un niño ya agitado o consternado no es otro que: «Vamos a solucionar esto juntos». Los modelos RET y SPS introducidos en «Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias» nos orientan en cómo desarrollar destrezas para apoyar emocionalmente a los niños.

Tópicos desarrollados en esta guía

Autocontrol

Autorregulación emocional

Inteligencia emocional

Motivación extrínseca/Motivación intrínseca

Disciplina a corto plazo/Disciplina a largo plazo

Crítica negativa/Crítica positiva

Pautas para criticar/elogiar/animar a los niños

Consecuencias naturales

Consecuencias relacionadas o lógicas

Consecuencias negativas/Consecuencias positivas

Consecuencia impuesta relacionada/Consecuencia impuesta no relacionada

El uso del tiempo fuera

La suspensión de privilegios

Aprendiendo a usar el mandato alfa

Intervenciones especiales para niños que no responden bien a las consecuencias

Cuando las consecuencias impuestas no mejoran la situación: Cómo desarrollar un diálogo orientado hacia la solución del problema

Dándole apoyo emocional al niño

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