Factores que contribuyen a los problemas de conducta en nuestros niños
En el campo de la comunicación emocional creemos firmemente que la conducta de los adultos influencia, tanto positiva como negativamente, el comportamiento de los niños. En el extremo negativo, palabras y mensajes pesimistas y derrotistas por parte de un adulto frecuentemente degeneran en resentimiento y desobediencia por parte del niño. Específicamente, lo que le decimos a los niños y la manera en que lo decimos puede exacerbar (intensificar) o desacelerar (disminuir) un problema de conducta. Por eso, es importante que padres y maestros nos mantengamos en constante vigilia de esos estilos comunicativos (mensajes y atribuciones) e interactivos (por ejemplo, relaciones maestro-estudiante típicamente tensas y tirantes) que pueden estar “echándole gasolina” e impulsando conductas inapropiadas en nuestros niños. A continuación, comparto con mis lectores algunas “orejitas” de aquellos mensajes que los adultos podemos estar comunicando, y sin que lo notemos, estén contribuyendo a conductas impetuosas y actitudes rebeldes en nuestros niños. Entre estos factores encontramos interacciones y estilos comunicativos como:
- Responder a las conductas rebeldes de los niños administrando penalidades de una manera impulsiva y como una reacción a la situación, o al momento. Este tipo de penalidad se conoce en inglés como on-the-spot penalties. La disciplina, tanto en el hogar como en el salón de clases, mejora considerablemente cuando nuestros niños conocen de antemano “las reglas del juego”; o sea, lo que queremos y esperamos del niño. Por eso, es importante que de manera anticipada y consistente discutamos con nuestros niños tanto las reglas o normas de la casa como las consecuencias negativas que ocurren cuando no se siguen esas reglas.
- Describir al niño su conducta inapropiada sin darle un ejemplo de la conducta apropiada o de lo que queremos que haga en su lugar. Por ejemplo, en vez de decir: “¡Deja de jugar con ese carrito!” le podemos decir al infractor: “Por favor, entrégame el carrito”.
- Usar demasiados mensajes tipo “stop” (para) y muy pocos mensajes tipo “start” (empieza). Un mensaje tipo “stop” empieza con las frases “Para de…” o “Deja de…”, y suena así: “¡Para de jugar con el carrito!”. Por su parte, el mensaje tipo “start” suena así: “Regresa el carrito a tu bulto para que no te distraigas, y continúa con tu lectura”. Algunas palabras típicas en un mensaje tipo “start” son: empieza, regresa, continúa, sigue y vuelve. Nuestros mensajes a los niños se aclaran, y son más fáciles de obedecer, cuando reemplazamos lo que ellos no deben hacer con lo que deben hacer.
- Dar instrucciones u órdenes imprecisas y que no especifican; por ejemplo: “¡Haz algo con este desorden!”. La palabra “algo” es ambigua, y tanto “algo” como “desorden” pueden ser percibidas e interpretadas de manera diferente. Lo que el adulto ve como “desorden” el niño lo puede estar percibiendo como “un espacio libre, agradable y que me invita a ser espontáneo”. Una instrucción o comando efectivo es descriptivo y en 15 palabras o menos dice exactamente lo que el niño tiene que hacer para cumplir con nuestra orden. Por ejemplo, decir: “Recoge los juguetes del piso y colócalos en la segunda tablilla”.
- No ofrecer una alternativa aceptable que le aclare al niño lo que él puede hacer para corregir su conducta. Por ejemplo, decir: “Si necesitas golpear algo, trata golpeando este muñeco”. Otro ejemplo puede ser: “En lugar de dibujar en la pared, hazlo en estas hojas de papel”. Los niños están en mejor disposición para corregir la conducta si reciben una sugerencia o alternativa positiva y aceptable tanto para el adulto como para el niño.
- “Etiquetarlo” usando mensajes tipo “Tu eres…”, o mensajes que le atribuyen a los niños cualidades o características negativas de personalidad. Ejemplos: "El problema contigo es que eres vago y no te esfuerzas", "¡Eres corajudo y obstinado!", "¡Eres tan desorganizado!", "Daniel es un instigador" y "¡Te complaces en crear problemas!".
- Criticar en formas y maneras que indican estabilidad y permanencia; por ejemplo, decir: “Siempre estás agitando a los demás” o “Nunca haces caso”. Estas atribuciones le sugieren a un niño que su conducta es permanente y con pocas expectativas de cambio.
La crítica constructiva está basada en observaciones, identificando y describiendo conductas o acciones específicas a la situación que todos, incluyendo al niño, podemos observar y analizar. Cuando criticamos negativamente, por otro lado, nos
enfocamos en buscarle fallas (faltas y defectos) al carácter e identidad; no
pasará mucho tiempo sin que encontremos las faltas que buscábamos. Todos los
mensajes tipo “Tu eres…” son ejemplos de crítica negativa. Al corregir conducta es
importante que padres, maestros y tutores seamos consistentes en comunicar que al desaprobar una conducta no estamos ni desaprobando ni rechazando al niño, solo rechazamos su comportamiento. En palabras que todos nuestros niños se benefician en escuchar, decir: “A mí no me gusta
esta conducta; tú sin embargo me importas incondicionalmente (sin restricciones)” representa un paso gigantesco en dirección hacia mejorar
una relación adulto-niño poco tolerante o tirante. Resumiendo,
podemos describir y desaprobar la conducta --expresando sentirnos insatisfechos
y decepcionados si queremos-- pero evitando juzgar, mucho menos
condenar, la identidad o el carácter del niño. Por ejemplo, podemos
decir: “Me siento decepcionada con esta conducta;
te comportas de manera grosera y no me gusta".
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Familias > Disciplina del niño >
Límites y normas > Autoayuda
Sin premios ni castigos: La ruta hacia
una disciplina basada en consecuencias
En realidad, todas nuestras reacciones
en la vida, positivas y negativas, son una consecuencia. Cuando entramos en la
habitación de nuestro hijo y le sonreímos ampliamente porque vemos la
habitación ordenada sin que se lo hayamos pedido, eso es una consecuencia
positiva. Dos horas más tarde, cuando le ponemos mala cara y refunfuñamos
porque encontramos sus platos sucios en el fregadero y residuos de su almuerzo
sobre la mesa, eso también es una consecuencia, ahora de carácter negativo.
Cuando usamos consecuencias para
disciplinar a los niños, no solo les estamos enseñando a cumplir con sus obligaciones
de manera responsable, sino que también los motivamos a mirar dentro de sí
mismos para reflexionar sobre cómo pueden hacer las cosas mejor en el futuro. El
poder real detrás de la disciplina basada
en consecuencias es enseñar a los niños que sus conductas tienen consecuencias,
no solo para sí mismos, sino también para los demás, y que tienen que pensar
sobre eso antes de que actúen. De la misma manera, los niños aprenden a «rendir
cuentas» por su conducta una vez crearon un desorden.
El aprendizaje básico para nuestros
niños es como sigue: Todo lo que elegimos hacer siempre conduce a una
consecuencia, ya sea positiva o negativa. Este primer tipo de consecuencias se
conoce como consecuencias naturales y
ocurren de manera automática, sin que los adultos tengamos que intervenir. Por
ejemplo, si está lloviendo y el niño no usa su impermeable, el niño se mojará;
tan simple como eso. Desde una temprana edad los adultos podemos empezar a
enseñarles a los niños importantes lecciones que los capacitarán para toda su
vida, ayudándolos a concluir que tomar decisiones responsables conduce a
consecuencias positivas; por el contrario, un comportamiento mal orientado con
selecciones de conducta pobres es la ruta más corta hacia las consecuencias
negativas. Pensar y entender la consecuencia futura, por lo tanto, influencia
la conducta futura del niño. Y ese es el origen de la motivación interna y de
la autodisciplina en los niños.
Al siguiente tipo de consecuencias se le
conoce como consecuencias lógicas. Es
a partir de este momento que la intervención del adulto empieza. Si la niña no
se viste apropiadamente para el clima frío y húmedo del exterior, simplemente
no sale. Si no limpia los residuos de plastilina después que terminó de jugar,
el adulto lo hace, pero entonces la niña no está autorizada a usar la plastilina
por dos semanas. Este es el tipo de consecuencias que usamos cuando existe un
asunto específico y las consecuencias son claras. Al tercer y más complejo tipo
de consecuencias se le conoce como consecuencias
impuestas no relacionadas. Usamos este tipo de consecuencias cuando no nos
sentimos seguros respecto a lo que podemos hacer; también cuando existe más de
una infracción por parte del niño. Resumiendo, las consecuencias (naturales e
impuestas) son los resultados positivos o negativos de nuestra conducta.
Experimentar las consecuencias por su conducta brinda a los niños la
oportunidad de pensar sobre lo que hicieron y cómo pueden enmendar lo que
hicieron cuando el resultado no es satisfactorio. La fórmula no puede ser más
simple: usamos consecuencias positivas para reforzar la conducta de los niños e
imponemos consecuencias negativas para desalentar su conducta negativa.
No «doremos la píldora», sabemos bien
que existen niños que no responden de la manera que esperamos a las
consecuencias, particularmente si las mismas son desagradables para ellos
(impuestas no relacionadas). Una queja común en muchos padres es: «Si ya le he
quitado todo lo que le puedo quitar a mi hijo y los problemas persisten,
entonces, ¿cómo lo disciplino?». En esta guía de autoayuda para padres y
maestros encontrarán numerosas pautas y estrategias para estos desalentados
adultos.
Ayudamos más a un niño que se siente
frustrado y enojado cuando, con nuestras palabras y acciones lo apoyamos emocionalmente, enfocándolo en
cómo puede manejar mejor su conducta agresiva y sus sentimientos hostiles. El
mejor mensaje para darle a un niño ya agitado o consternado no es otro que:
«Vamos a solucionar esto juntos». Los modelos RET y SPS introducidos en «Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en
consecuencias» nos orientan en cómo desarrollar destrezas para apoyar
emocionalmente a los niños.
Tópicos
desarrollados en esta guía
Autocontrol
Autorregulación emocional
Inteligencia emocional
Motivación extrínseca/Motivación
intrínseca
Disciplina a corto plazo/Disciplina a
largo plazo
Crítica negativa/Crítica positiva
Pautas para criticar/elogiar/animar a
los niños
Consecuencias naturales
Consecuencias relacionadas o lógicas
Consecuencias negativas/Consecuencias
positivas
Consecuencia impuesta
relacionada/Consecuencia impuesta no relacionada
El uso del tiempo fuera
La suspensión de privilegios
Aprendiendo a usar el mandato alfa
Intervenciones especiales para niños que
no responden bien a las consecuencias
Cuando las consecuencias impuestas no
mejoran la situación: Cómo desarrollar un diálogo orientado hacia la solución
del problema
Dándole apoyo emocional al niño
¡Y mucho más!
6X9, 129 páginas
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Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias
En realidad, todas nuestras reacciones en la vida, positivas y negativas, son una consecuencia. Cuando entramos en la habitación de nuestro hijo y le sonreímos ampliamente porque vemos la habitación ordenada sin que se lo hayamos pedido, eso es una consecuencia positiva. Dos horas más tarde, cuando le ponemos mala cara y refunfuñamos porque encontramos sus platos sucios en el fregadero y residuos de su almuerzo sobre la mesa, eso también es una consecuencia, ahora de carácter negativo.
Cuando usamos consecuencias para disciplinar a los niños, no solo les estamos enseñando a cumplir con sus obligaciones de manera responsable, sino que también los motivamos a mirar dentro de sí mismos para reflexionar sobre cómo pueden hacer las cosas mejor en el futuro. El poder real detrás de la disciplina basada en consecuencias es enseñar a los niños que sus conductas tienen consecuencias, no solo para sí mismos, sino también para los demás, y que tienen que pensar sobre eso antes de que actúen. De la misma manera, los niños aprenden a «rendir cuentas» por su conducta una vez crearon un desorden.
El aprendizaje básico para nuestros niños es como sigue: Todo lo que elegimos hacer siempre conduce a una consecuencia, ya sea positiva o negativa. Este primer tipo de consecuencias se conoce como consecuencias naturales y ocurren de manera automática, sin que los adultos tengamos que intervenir. Por ejemplo, si está lloviendo y el niño no usa su impermeable, el niño se mojará; tan simple como eso. Desde una temprana edad los adultos podemos empezar a enseñarles a los niños importantes lecciones que los capacitarán para toda su vida, ayudándolos a concluir que tomar decisiones responsables conduce a consecuencias positivas; por el contrario, un comportamiento mal orientado con selecciones de conducta pobres es la ruta más corta hacia las consecuencias negativas. Pensar y entender la consecuencia futura, por lo tanto, influencia la conducta futura del niño. Y ese es el origen de la motivación interna y de la autodisciplina en los niños.
Al siguiente tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias lógicas. Es a partir de este momento que la intervención del adulto empieza. Si la niña no se viste apropiadamente para el clima frío y húmedo del exterior, simplemente no sale. Si no limpia los residuos de plastilina después que terminó de jugar, el adulto lo hace, pero entonces la niña no está autorizada a usar la plastilina por dos semanas. Este es el tipo de consecuencias que usamos cuando existe un asunto específico y las consecuencias son claras. Al tercer y más complejo tipo de consecuencias se le conoce como consecuencias impuestas no relacionadas. Usamos este tipo de consecuencias cuando no nos sentimos seguros respecto a lo que podemos hacer; también cuando existe más de una infracción por parte del niño. Resumiendo, las consecuencias (naturales e impuestas) son los resultados positivos o negativos de nuestra conducta. Experimentar las consecuencias por su conducta brinda a los niños la oportunidad de pensar sobre lo que hicieron y cómo pueden enmendar lo que hicieron cuando el resultado no es satisfactorio. La fórmula no puede ser más simple: usamos consecuencias positivas para reforzar la conducta de los niños e imponemos consecuencias negativas para desalentar su conducta negativa.
No «doremos la píldora», sabemos bien que existen niños que no responden de la manera que esperamos a las consecuencias, particularmente si las mismas son desagradables para ellos (impuestas no relacionadas). Una queja común en muchos padres es: «Si ya le he quitado todo lo que le puedo quitar a mi hijo y los problemas persisten, entonces, ¿cómo lo disciplino?». En esta guía de autoayuda para padres y maestros encontrarán numerosas pautas y estrategias para estos desalentados adultos.
Ayudamos más a un niño que se siente frustrado y enojado cuando, con nuestras palabras y acciones lo apoyamos emocionalmente, enfocándolo en cómo puede manejar mejor su conducta agresiva y sus sentimientos hostiles. El mejor mensaje para darle a un niño ya agitado o consternado no es otro que: «Vamos a solucionar esto juntos». Los modelos RET y SPS introducidos en «Sin premios ni castigos: La ruta hacia una disciplina basada en consecuencias» nos orientan en cómo desarrollar destrezas para apoyar emocionalmente a los niños.
Tópicos desarrollados en esta guía
Autocontrol
Autorregulación emocional
Inteligencia emocional
Motivación extrínseca/Motivación intrínseca
Disciplina a corto plazo/Disciplina a largo plazo
Crítica negativa/Crítica positiva
Pautas para criticar/elogiar/animar a los niños
Consecuencias naturales
Consecuencias relacionadas o lógicas
Consecuencias negativas/Consecuencias positivas
Consecuencia impuesta relacionada/Consecuencia impuesta no relacionada
El uso del tiempo fuera
La suspensión de privilegios
Aprendiendo a usar el mandato alfa
Intervenciones especiales para niños que no responden bien a las consecuencias
Cuando las consecuencias impuestas no mejoran la situación: Cómo desarrollar un diálogo orientado hacia la solución del problema
Dándole apoyo emocional al niño
¡Y mucho más!
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