Ayudando a los niños a gestionar y resolver su coraje: Cómo hablarles para calmarlos (y calmarnos)
Cuando tenemos que manejar a un niño ya enojado y predispuesto al desafío, nuestro objetivo no debe ser ni inhibir ni extinguir el coraje del niño, sino aceptar ese sentimiento, guiando al niño a canalizar y a dirigir su coraje en otra dirección, esto es, dirigiéndolo hacia una resolución del problema o conflicto que sea productiva y le sirva de aprendizaje. Nuestra meta a largo plazo, por su parte, es enseñarle al niño maneras aceptables de expresar su coraje, usando destrezas de autocontrol y de superación personal apropiadas y adecuadas para su edad. En adición, aprovechamos la oportunidad para preparar al niño a que anticipe decepciones, reveses e incluso fracasos en el futuro con el propósito de que aprenda a manejar sus frustraciones de una manera constructiva.
El primer paso para que un niño desarrolle una sana expresión de sus sentimientos es hacerlo consciente de sus reacciones emocionales y físicas, encauzando su atención hacia sus sentimientos y cómo está reaccionando a los mismos. Por ejemplo, decirle: «Se te ve molesto. ¿Te pasó algo hoy? » o «Tienes los puños cerrados. ¿Algo te preocupa?». Con nuestro comentario casual y relajado le hacemos saber al niño que aceptamos su coraje como algo normal. Reconocer y aceptar que el niño tiene coraje no significa que estamos aprobando el coraje; mucho menos estamos aceptando expresiones hostiles ni acciones agresivas productos de ese coraje. Si queremos conseguir que nuestra intervención sirva de apoyo emocional al niño, debemos enfocarnos en asistirlo a encontrar formas positivas (socialmente aceptables) de resolver su coraje. En este artículo presentamos pautas útiles para maniobrar sentimientos de coraje en los niños.
Recordarnos de que tenemos que bajar el tono de nuestra voz, bajar nuestro volumen y hablar más lento
Los negativos solo conducen a más negativos, por ejemplo, le gritamos al niño y el niño nos grita más alto. Podemos trabajar juntos y de manera beneficiosa para ambos, reemplazando el estilo belicoso y la confrontación abierta por un estilo colaborativo. Es importante que le hagamos saber al niño que, sin importar lo que pasó, la situación tiene solución (Solo tenemos que pensar un poquito para encontrarla). No hay mejor manera de «invitar» al niño a trabajar juntos que manteniéndonos en calma, confiados y seguros.
Pedirle permiso para hablarle y no forzar el asunto
Antes de decir algo por primera vez, le preguntamos al niño: « ¿Está bien si hablamos sobre esto? Si no te sientes bien ahora, podemos dejarlo para luego». Es mejor esperar un poco en lugar de precipitarnos a hablar antes de que el niño se sienta listo para escucharnos. En adición, mucho mejor que hablar antes de tiempo es acompañarlos emocionalmente, preguntando, « ¿Me puedo quedar un ratito aquí a tu lado?». Si el niño encoje sus hombros o no dice nada, ya tenemos nuestra excusa para sentarnos a su lado. Sentarnos al lado del niño mueve nuestra posición de «autoridad» a «acompañante» o «compañero», así que no se sorprendan cuando al cabo de unos minutos el diálogo comienza. De manera similar, podemos preguntarle al niño: « ¿Te sentirías confortable hablándome sobre cómo te estás sintiendo ahora para ver si juntos (estilo colaborativo) podemos descubrir lo que te hace sentir de esa manera? A ver, ¿qué está pasando dentro de tu mente?».
Ofrecerle nuestra ayuda
Nunca debemos prometerle a un niño que vamos a arreglar lo que nosotros no debemos estar arreglando en primer lugar. Los niños necesitan asumir su responsabilidad sobre sus acciones o por las cosas que hacen, por eso, si el niño hizo algo mal, es a él/ella a quien le corresponde arreglarlo, no al adulto. En lugar de prometerle que vamos a arreglar su problema por él/ella, le preguntamos: « ¿Qué puedo hacer para ayudarte?» o « ¿Cómo quieres que te ayude?».
Apoyarlo y respaldarlo
Una de las maneras más efectivas de tranquilizar a un niño es asegurándole que tiene nuestro apoyo. Ejemplos son decirle: «Te voy a ayudar a que te mantengas fuera de problemas» y «Yo puedo ayudarte a (controlarte/resolver esto) hasta que tú (te sientas en control/sientas que puedes hacerlo solo)». Con este segundo mensaje también le estamos comunicando nuestra expectativa positiva al niño: tú puedes controlarte o tú puedes resolver esto.
Reconocer el estrés del niño y responder de manera empática
A la empatía se le conoce comúnmente como «ponerse en los zapatos del otro», en otras palabras, participamos afectivamente de la experiencia de la otra persona, pero sin afectarnos ni dejarnos influenciar por los sentimientos (p. ej. no nos afectamos por el coraje del niño) o las acciones del otro (p, ej. nos mantenemos cortés, atentos y considerados ante su agresividad). Cuando respondemos de manera empática, nos mostramos receptivos a lo que el niño está tratando de comunicarnos y a su manera de expresarlo, por ejemplo, «Esto te hace sentir mal, ¿no es así? Cuando tus amigos se fueron sin esperarte, te sentiste rechazada. Puedo entender que hayas tirado la puerta y te hayas encerrado en tu habitación».
Debilitar sus defensas y excusas
Nunca aceptemos las excusas del niño por su mala conducta, en particular, si es un acto agresivo. La responsabilidad sobre su acción siempre recae en el niño, por ejemplo, « ¡Randy empezó!». Calmadamente, le preguntamos al niño: « ¿Y de qué otra manera tú crees que pudiste haber manejado esto sin gritarle ni pegarle a tu hermano?».
Asumir las buenas intenciones o motivos del niño, aunque sospechemos lo contrario
Al asumir una intensión positiva por parte del niño, lo estamos ayudando a percibir su coraje como algo que tiene valor positivo, o que está contribuyendo a su bienestar de alguna manera. Cuando usamos términos benignos y positivos, podemos calmarlos más rápido. Por ejemplo, «Estás gritando porque te sientes afectado por esto. Yo sé que perdiste el control y golpeaste a tu hermano porque estabas enfocado en tu juego y fue difícil para ti interrumpir lo que estabas haciendo». En este segundo ejemplo, una maestra le habla a su estudiante con problemas para permanecer quieto: «No quieres ir a la biblioteca porque sientes que te aburres allí y no puedes moverte como tú necesitas».
Disipar y restar tensión, validando el contenido de su coraje
Por ejemplo, podemos decirle al niño: «Lo que me estás diciendo tiene sentido. Estoy de acuerdo en que…».
Evitemos decirle al niño cómo NO se debe sentir, por ejemplo, « ¿Y estás llorando porque no tienes una crayola roja? ¿Qué tontería es esa?».
Es importante que le hagamos saber al niño que entendemos como se siente desde su perspectiva o su punto de vista, no desde nuestro punto de vista.
Ayudarlo a encontrar el objetivo o propósito del coraje
Decir, «Me imagino la manera en que te estás sintiendo. ¿Qué te puede ayudar a que te sientas mejor? ¿Qué tú quieres/necesitas para resolver esto?».
Identificar la causa por su conducta y por su coraje, compartiendo nuestro entendimiento de la situación con el niño
Algunos ejemplos son:
- Estos ejercicios de división son frustrantes para ti.
- Cuando tus amigos se fueron sin esperarte, hirieron tus sentimientos.
- Es descorazonador cuando das lo mejor de ti y aun así pierdes el juego.
Replantear, reformular o redefinir el coraje
Cuando ponemos en un nuevo marco el coraje del niño, le estamos presentando una explicación diferente a su problema o sentimiento, explicación que tiene como propósito «suavizar» el coraje del niño. Esto a su vez aumenta la probabilidad de un cambio positivo en la conducta del niño. Por ejemplo, le decimos al niño: «Puedo entender que te sientas herido. En una escala del uno al cinco, ¿cuánta decepción estás sintiendo en este momento?». (En este ejemplo, herido y decepción le presentan su coraje al niño como dolor emocional). Desde la perspectiva del adulto, es mucho más fácil empatizar y dialogar con un niño lastimado emocionalmente que tratar de hablar con un niño con coraje.
Responsabilizarnos por el coraje del niño
Algunos ejemplos:
- Tienes razón. Yo debería ser más considerada. Sé que te molestaste porque no pudiste ir al juego de baloncesto. Ahora entiendo que eso fue un error de mi parte.
- (El maestro de matemáticas a su alumna): Debo haberte dado los problemas equivocados, Valeria. Me disculpo. Prueba con estos…
Ayudar al niño a ver su coraje como algo pasajero, transitorio o fugaz
Usar lenguaje temporal o transitorio para ayudar al niño a percibir su coraje como algo pasajero. Por ejemplo, decir, «Una vez hablemos sobre esto, te vas a sentir mejor» o «Es normal que te sientas así por ahora (normalizando los sentimientos del niño). Ya verás como pronto se te pasa».
Enfatizar y enfocarlo en sus fortalezas como medida para ayudarlo a recuperar su autocontrol
Por ejemplo, diciéndole a nuestro brabucón: «Quizás podrías usar toda esa fuerza, dureza y valentía de otra manera».
Discutir con el niño otras maneras, alternativas o posibilidades para resolver el problema
Preguntarle al niño: « ¿Puedes decirme otras maneras de bregar con este problema (sin lastimar a otros) y que todavía te sientas bien contigo mismo? ». Entonces ayudamos al niño a encontrar opciones socialmente aceptables para resolver su problema o su coraje.
Alentarlo a hablar sobre el problema en lugar de actuar con sus puños, agitarse o comportarse mal
Adiestrar al niño para que exprese su coraje verbalmente o con palabras, por ejemplo, «Me imagino que te sientes desmoralizado en este momento. ¿Está bien si hablamos sobre cómo te sientes? ».
Asegurarnos de que el niño entienda que está bien que sienta coraje («A todos nos da coraje en alguna ocasión»), pero es lo que el niño hace con su coraje, o la manera en que maneja su coraje, lo que puede empeorar (o mejorar) las cosas. Sin embargo, debemos establecer por anticipado límites claros y consistentes respecto a lo que el niño puede/no puede decir y puede/no puede hacer bajo un episodio de coraje.
Adiestrarlo en las técnicas de habla privada relajantes, consoladoras y positivas
Enseñarle al niño que puede hablar consigo mismo (habla privada o habla personal) para ayudarse a calmarse. Por ejemplo, el niño puede decirse en voz baja o susurrando: «Esto no es lo peor que me puede pasar, solo es un problema que tengo que resolver. Me voy a enfocar en resolver esto. Enojarme y empezar a tirar cosas no me van a ayudar».
Enseñarle al niño que él/ella tiene el poder de parar sus pensamientos de coraje. El niño puede decir en su mente: « ¡Para!», y de inmediato dice algo positivo de sí mismo. Por ejemplo: « ¡Para! Me voy a alejar de aquí y me voy a sentir mejor por haber evitado una pelea con Julián».
Enseñarle al niño que siempre tiene la opción de aceptar o rechazar invitaciones de otros para que pelee con ellos. Ejemplos:
- Bueno, no me gusta, pero las etiquetas de otros (ejemplos; gordo o torpe) realmente no me hacen nada. Solo necesito ignorarlos.
- No voy a pelear con Érica porque ella está buscando que yo me porte mal y que me meta en problemas.
- Carlos dice eso para que me de coraje. Yo no tengo que contestarle ni darle gusto.
Usar el coraje del niño como una valiosa oportunidad para enseñarle destrezas en relajación y en el manejo del coraje
Los conflictos sociales o de interacción representan una excelente oportunidad para desarrollar destrezas de superación personal en los niños. Cuando nuestro objetivo es enseñarles destrezas sociales, nuestros niños aprenden cómo pueden responder a todo tipo de conflicto o problema social sin necesidad de enojarse ni de actuar de manera agresiva.
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Sinopsis:
Un informativo viaje dentro del fascinante mundo emocional del niño para entender los pensamientos y sentimientos que, de manera negativa o positiva, influencian su comportamiento. Aplicando los principios RET (pienso — siento — actúo), nuestros niños aprenden a superar los retos de sus situaciones personales difíciles, manejando mejor su mundo emocional.
Descripción larga:
«RET: La fórmula para educar niños emocionalmente inteligentes» de Carmen Y. Reyes es una innovadora guía psicoeducativa para padres, maestros y otros profesionales al servicio de los niños. Por décadas, los maestros y personal auxiliar sirviendo a niños con necesidades especiales han usado intervenciones cognitivas-emotivas para ayudar a niños crónicamente disruptivos, en particular, niños con problemas de coraje recurrente y niños agresivos. Siguiendo un sistema de regulación emocional conocido como «Modelo ABC de las Emociones», los niños estresados aprenden cómo su conducta agitada en el punto C (la consecuencia) no es una reacción a lo que les pasó en el punto A (el antecedente), sino una reacción a lo que ocurrió en el punto B (el punto de sus creencias o beliefs en inglés); o lo que es lo mismo, la conducta alborotada del niño en C es una reacción a B; o sea, una respuesta a su creencia o a lo que el niño está pensando y creyendo sobre lo que le pasó. Más específicamente, los sentimientos de coraje del niño y sus conductas agresivas son consecuencia directa de ambos: (a) sus pensamientos negativos acerca de lo que le pasó y (b) su habla privada o personal negativa (las cosas negativas y pesimistas que el niño se está diciendo a sí mismo). Influenciándose mutuamente, los pensamientos negativos y su habla privada pesimista son creados y repetidos hasta la saciedad en la mente del niño en su punto emocional B, o en el nivel de sus creencias. Central a la filosofía RET está la premisa de que las cosas que nos pasan (los eventos) no son ni buenos ni malos; ni positivos ni negativos. Por lo tanto, los eventos no nos influencian; tampoco determinan nuestra conducta o las cosas que hacemos. Lo que verdaderamente nos influencia a comportarnos como lo hacemos es nuestra percepción e interpretación personal de A (del evento). Por ejemplo, al percibir el evento como «horrible y espantoso; una pesadilla», el niño «le pega una etiqueta negativa» a ese evento (el evento fue «humillante» para el niño), y entonces, el niño reacciona a su etiqueta (humillado y en actitud vengativa), en lugar de responder objetivamente al evento actual. Si pensamos esto más detenidamente, podemos darnos cuenta de que en esta premisa RET existe una poderosa idea: Nuestras emociones, positivas y negativas, no ramifican de nuestro medioambiente o de las cosas que nos pasan, sino de lo que pensamos y creemos acerca de las cosas que nos pasan. Esto conduce directamente a un segundo postulado, quizás más empoderante que el anterior: Todos tenemos un alto grado de control sobre la manera en que nos comportamos y sobre nuestra conducta en general. Si no nos gusta la forma en que nos estamos sintiendo (o comportando) en relación a un evento, todo lo que tenemos que hacer es cambiar la manera en que estamos pensando en relación a ese evento. En esta informativa guía en educación emocional, la autora detalla el procedimiento RET para niños, presentando intervenciones especialmente diseñadas para ayudar a los niños a tomar el mando de sus sentimientos, lo cual, por extensión, los ayuda a asumir sus responsabilidades personales y a reclamar el control sobre su propia conducta. El modelo RET y sus procedimientos son apropiados para manejar niños con problemas de coraje, con déficits en destrezas sociales/pobres interacciones, o simplemente para ayudar a niños con conductas típicas, pero que están batallando contra las preocupaciones y pesares inherentes a su crecimiento mental y emocional.
Tópicos desarrollados en esta guía:
Autocontrol
Autodisciplina
Autoeficacia
Autoestima del niño
Autoimagen del niño
Autonomía y responsabilidad
Pesimismo/Optimismo
Dando apoyo emocional al niño
Niños estresados
Manejo del coraje
Conducta del niño
Emociones del niño
Inteligencia emocional
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